Lamento aún la guitarra,
guitarra que nunca tuve
y el tan entrañable abrazo
a su madera de cedro.
Extraño esa compañera,
mi amiga de fantasía,
y lloro por no tener
sus ondas sonoras.
Envolvía con acordes
y sonidos musicales
de sus cuerdas que cantaban,
el alma de mis poemas
y les daba
la privativa cadencia,
la cadencia encantadora...
de la vida.
Publicado en mi libro "De encuentros y desencuentros". 2010
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