Gruta de granito pequeña
y simple,
envuelta en madreselvas
que huelen siempre a
flor.
Piedra de mortero
quichua
que los años partieron
para que fuese tu
albergue,
sin que supiese su dueño
la santidad de su fin.
Y nuestra Madre,
en silencio y dócil,
mira nuestras vidas y
cuida
desde la imagen pasiva
-que está viva-
el camino blanco
hollado por mis huellas
siempre vacilantes.
Publicado en mi libro "De encuentros y desencuentros". 2010
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