Tal vez el aroma del
té, a la tardecita,
contemplando
el sol que ya se pone...
pueda hacer suspirar
al esparcirse
en la imagen romántica y bellísima.
El ala de la paloma,
que suena como cuerdas,
toma ese aroma al
vuelo y se hace cómplice
y con el amor ruega
que el
tiempo dilate las horas
horas
largas... horas puras...
Y el té
se va calmando lentamente
-ha
perdido importancia-
ante
esos deseos explícitos de vivir
el momento en que el sol se incendia.
Publicado en mi libro "De encuentros y desencuentros". 2010
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